Resumen
Es conocida la conexión existente entre duelo y melancolía a través de una culpa que no surge ni permite la elaboración del duelo, pero cabe considerar si siempre la “resistencia” a superar un duelo se basa en culpa y en melancolía. Pacientes que acceden a consulta con un profundo dolor emocional, suman su experiencia y su proceso psicoanalítico a la de otros anteriores para permitir dilucidar y considerar que existen otras posibilidades; entre ellas, la decisión consciente de no querer transitar el camino hacia la recuperación del equilibrio emocional, que responde a una necesidad inconsciente ajena a la lógica de lo que se supone que se busca en una terapia. Cuando los pacientes se dan cuenta de lo que les sucede y eligen conscientemente volver sobre los pasos que han dado para asirse a la memoria del síntoma que lo inició todo, pudiera considerarse que han logrado un nuevo equilibrio que les reportan beneficios.
Introducción
Hacer lo mejor que se pueda en favor de la salud emocional del paciente es una meta loable, pero muy
general y expuesta a interpretaciones de todo tipo.
¿Qué es lo mejor?
¿Cómo se lo evalúa, mide y/o
reconduce?
¿El paciente está atrapado en una posición de resistencia, en una dialéctica que impide el
proceso terapéutico o ha encontrado una forma de elaborar lo que ha vivido y quiere vivir?
Como entes
generadores de significados existe del lado del analista un compromiso de responsabilidad, sobre su propia
entrega al paciente, que le exige manejarse en un estado sostenido de consciencia y atención a los avances y
resultados, pero teniendo en cuenta que la aplicación estricta de la técnica puede llevarlo a equivocarse al
considerar las respuestas que recibe y elige para interpretar posibles significados ya que también es una
persona con historia pasada, actual y por ser escrita. Eliminar el factor humano en favor de la técnica,
vista como un fin en vez de como un medio, restringe la efectividad de las intervenciones porque suprime el
elemento relacional que hace que un objeto sea vuelva sujeto en la mente del otro.
Incluso la claridad
para interpretar la contratrasferencia suele aparecer luego de la sesión, a menudo durante la supervisión
del analista.
Así, en el intento de sostener la postura absoluta de hacer que todo sea relativo, surge el
nuevo absoluto de que siempre debe ponerse en primer lugar el relato que el paciente hace de su realidad con
la certeza de que las interpretaciones son solamente eso, un punto de vista de aquello posible que no se
conoce o que aún no ha ingresado en la consciencia del paciente.
La memoria del síntoma exige aferrarse a
lo expresado en el último párrafo, con el fin de no trastabillar al aplicar la técnica sin criterio humano
y/o con exceso de precaución o carencia de creatividad para lograr una interpretación útil, a veces esquiva,
precisamente cuando ese retorno a lo antes conocido va ganando fuerza en el diario construir de su vida por
parte del paciente.
Relato y Realidad
“No creo más en mi neurótica”, que es la traducción de la frase “Ich glaube an meine Neurotica nicht
mehr” escrita por Sigmund Freud el 21 de septiembre de 1897 a Wilheim Fliess, encierra un significado
que, a pesar de haber sido deformado, difundido y mal interpretado con la conocida y errónea traducción de
“mis histéricas me mienten”, constituye un pensamiento que cada psicoanalista debería hacer propio por todo
lo que implica y exige el transitar por el proceso recursivo del psicoanálisis; ese que lleva a la
comprensión del relato del paciente para poder realimentarlo con preguntas e interpretaciones que lo inviten
a crear nuevos significados.
En esa carta, organizada por James Strachey con el número 139, Freud desanda
su camino como neurólogo para permitirse incorporar la duda sobre su propio relato, su neurótica, con el que
intentaba explicar la histeria.
Más allá de la trascendencia que tuvo para el nacimiento del
psicoanálisis, la importancia de dicho evento reside en la toma de consciencia de lo que un relato
representa, tanto si es propio o del otro. Un paciente nos aporta un relato en el que son tan importantes y
significativos los sucesos relatados como aquellos que dicen presente por estar ausentes, dado que estas
ausencias pueden ser inconscientes o conscientes y deliberadas, y pueden superar la posible intención del
analista cuando se atiene a la teoría y no a la manifestación de sí que nos hace el paciente.
El relato
que entrega está vinculado a la realidad que vive, tal como la interpreta y/o la padece, sin darse cuenta de
que la percepción que tiene de sí mismo está alterada, sea por exaltación, devaluación, identificación o
educación, por la sorpresa provocada al estar ante una exigencia de la vida que lo expone a una situación de
la cual no tiene memoria ni experiencia consciente que pondere una forma de proceder por encima de
otra.
Aquí entra en escena esa otra instancia intrapsíquica que he propuesto hace un tiempo, a la que
nombré como Exo, o Representación Subjetivada de la Realidad Externa, y que alberga las
significaciones de lo que se percibe y alimenta a la mayoría de las creencias inconscientes, sea que las
mismas sean limitantes o propiciatorias de acciones, conductas y respuestas. Su característica es que su
susceptibilidad a las exigencias del entorno es siempre dependiente de la capacidad del individuo para
propiciar un equilibrio entre su realidad interna y externa; en otras palabras, lo que se espera que debería
ser va a ser posible si es que la persona está esencialmente en sintonía con lo esperado. Por tanto, es algo
que siempre debe tenerse en cuenta al momento de interpretar e indagar, porque solamente el paciente tiene
el poder para desfundamentar, descartar y/o modificar sus creencias. Las interpretaciones que recibe le
aportan perspectiva y nuevos datos acerca de lo posible que, en el mejor de los casos, le permiten
resignificar lo que percibe de la realidad.
El Exo reside en el inconsciente, alimentándose de “eso” que
llega desde el exterior y se confronta de algún modo con “eso otro” que está en el interior. No debe
confundirse con las partículas beta y alfa del modelo descrito por Wilfred Bion.
La educación, la
transmisión de los valores inculcados propios de una cultura familiar y/o social, los modelos que buscan
ejemplificar mediante intervenciones operantes por reforzamientos positivos y negativos a puro premio y
castigo, y muchos otros elementos considerados socioculturales, forman parte de ese “eso” externo que, por
serlo, se confrontará con la percepción que el individuo vaya descubriendo acerca de su “realidad interna” y
sostendrá el funcionamiento de una dinámica de significación. Dicho de otro modo, la institucionalización de
un individuo restringe su permiso para desarrollar su ser esencial mediante el condicionamiento y la
deformación de su tendencia natural; propiciando que la cultura sea en sí misma una de las causas presentes
en la distorsión de la propia percepción y de los estados de vacío emocional que pueden llevar a conductas
adictivas, neurosis y otras afecciones.
Recordemos que somos diferentes, genéticamente distintos, y que
hay estructuras endocrinas y nerviosas que determinan cómo nos ubicamos y sentimos frente a las exigencias
de la realidad circundante; habiendo propensión genética (con genes ya identificados) para las crisis de
ansiedad, la respuesta ante el miedo, la depresión, la aparente desconexión que permite una visión positiva
de la vida, la generosidad, la respuesta agresiva y/o impulsiva, etc. Es el individuo mismo desde la
percepción inconsciente de sus capacidades, limitaciones, fortalezas y debilidades, el que, en un momento
dado, determina cuáles son sus posibilidades de respuesta y construye un significado y una posible creencia.
Aunque haya resistencia en el ámbito psicoanalítico, la capacidad de manejarse en lo simbólico está
condicionada por este determinismo genético, sin que esto presuponga que hay personas más o menos
favorecidas que otras para poder desarrollar su vida. Esto conduce a que el relato de lo vivido sea tanto
una descripción como un interrogante que el paciente arroja al terapeuta; buscando una prueba de realidad
cuando ha desarrollado un vínculo con suficiente carga de confianza.
Sabemos que la palabra manifestada
es una representación limitada y deficiente de la realidad que quiere expresarse. Podemos decir amor, miedo,
éxito, enojo, a diferentes personas y cada una asimilará para sí, y para su proceso de generación de
significados acerca de lo recibido, aquello para lo cual estaba dotado de elementos que le permitieran
producir esa significación.
Esta falta existe en la palabra, dado que la misma es sólo un vehículo para
transmitir algo que importa; como cuando se dice que un “te amo” no representa todo lo que se proyecta,
siente, espera y/o se necesita, determinando que la frase pasa a representar algo de lo cual no se conoce su
significado cierto.
Es la misma falta que permite que exista el arte, en cuanto a que es la persona que
se detiene ante una obra de arte quien inviste a la misma de un significado intelectual y, finalmente,
emocional.
El relato utiliza a la palabra surgente para presentar una parte de la propia historia que
anida en el inconsciente; residiendo en esta certeza la importancia del para qué acceder a la comprensión de
este último en vez de propiciar cambios momentáneos y contiguos mediante la incorporación de hábitos,
rutinas y conductas que entorpecen el proceso.
La exposición al juicio de la fantasía
Cuando el paciente expone su relato a la comprensión del terapeuta, también está proyectando parte de su
angustia ante la respuesta que busca.
Es claro que el analista no aconseja y que esa respuesta la debe
poder generar el propio paciente; sin embargo, en ese instante de entrega-recepción puede detectarse algo
similar a aquello que Donald Winnicott llamó “espacio transicional” entre la madre que va a amamantar y el
bebé que va a ser alimentado.
Este particular momento, estaría representando el cúmulo de
representaciones y significados que se reúnen en ese momento previo a asistir a la consulta y/o en el que el
paciente no sabe de qué va a hablar o, inclusive, si dirá eso que cree que quizás le convendría
callar.
Nuevamente, la duda; defensiva a ultranza, así como agresiva contra el individuo mismo, que debe
superar esa transición para brotar desfigurada de algún modo en un relato que tenga las suficientes claves
como para exigirle al analista que las descubra y le demuestre qué es aquello que lo vuelve merecedor de su
confianza.
En el relato hay parte de la fantasía, aunque la misma, para seguir siéndolo, no debe hacerse
presente o, al menos, no evidente; ya que es en la fantasía en donde se completa la falta impuesta por la
palabra y que describimos al presentar el relato.
Cuando la fantasía recurre a la palabra y se expresa,
también expone y confirma lo que falta porque, según lo definió Platón, lo Ideal y lo Real están en planos
diferentes.
En el paciente existe una dualidad, basada en torno al temor a un juicio y a la expectativa
de una posible fórmula mágica que aporte soluciones, respecto de lo que el analista es capaz de recibir,
interpretar y devolverle. A menudo se encuentran ansiedades infantiles, tanto del lado del juicio con una
expectativa de exoneración como un temor acerca de la efectividad de la devolución que se recibirá respecto
de lo que el paciente se atrevió a relatar.
Es necesario un trabajo arduo para poder transformar ese
“espacio transicional” de modo que se desactive el temor a ser juzgado por aquello que se necesitaba decir y
compartir.
Ese trabajo es parte del proceso recursivo en el que lo relatado en un momento pudiera volver
a ser dicho, con las mismas palabras o con diferentes, pero siempre con un nuevo significado.
Ahora,
volvamos nuestra vista sobre lo leído.
Probablemente, surja de inmediato que lo expresado se refiere al
paciente. De ser esta la situación, se debe releer porque todo lo manifestado aplica tanto al relato del
paciente como al del terapeuta.
Nuestra principal herramienta, la interpretación, nunca es una verdad
absoluta; tan solo el relato que hacemos de la fantasía que produjimos al ser impactados por lo relatado por
el paciente.
Al ver que la interpretación no es una manifestación mágica, sino el relato que se construye
de una fantasía en respuesta a otra, reconocemos tanto que es incompleta por encerrar una falta necesaria
para que la mente del paciente se pueda asir de ella en un intento de darle un sentido tal que pudiera
llevarlo a construir un nuevo significado, como que es causa de inquietud en el analista por ver si logró
llegar con la misma a dilucidar la conflictiva que agobiaba a su paciente.
Sí, ese “espacio transicional”
en el que se detiene el tiempo para confirmar lo esperado, así como el conjunto de circunstancias que lo
acompañan, también habita en el analista al momento de recibir, evaluar e intentar una
devolución.
Ampliando este concepto, el considerar la existencia de un “espacio transicional previo a la
interpretación”, algo a lo que denomino proto-intercambio, es una realidad presente que debe buscarse
y reconocerse mediante una escucha empática en un mismo plano, en el que tanto el paciente como el analista
entran en una dialéctica de entrega-recepción. Propiciar la aparición de este circuito da lugar a que luego
aparezca un tercer tiempo, en el que el ambos pasan a un esperado proceso de elaboración-devolución.
El
proto-intercambio es todo lo previo que facilita la aparición de la contención necesaria para que
aquello que el paciente decide que será relatado se convierta en un relato y se lo entregue al terapeuta;
análogamente, también facilita que las conclusiones que surjan de parte del analista puedan articularse en
un relato interpretativo que pueda ser entregado al paciente de tal modo que éste lo pueda recibir. También
se presenta en la selección mutua de preguntas y respuestas, constituyéndose como la atmósfera necesaria
para que el proceso de entrega-comprensión-elaboración pueda desarrollarse sin interferencias ni
amenazas.
Sin la perspectiva de lo que aporta el proto-intercambio, nuestra contribución al
paciente sería mínima o inexistente, nada impediría permitiría que cualquier programa de inteligencia
artificial tan de moda en estos días pudiera desempeñar una función similar a la nuestra. Sin embargo, la
creatividad humana ha quedado fuera del alcance de la inteligencia artificial, determinando que la
tecnología informática esté siempre limitada en órdenes de magnitud vinculados a lo humano debido a que sin
creatividad tampoco tiene la capacidad para generar significados, comprenderlos, transmitirlos y aceptar que
los mismos forman parte de los nuevos que generó otra persona, aunque sean diferentes.
La interacción
entre campos de significantes y el reconocimiento de los significados, esencialmente diferentes por la
naturaleza de su utilidad y su gestación basada y dependiente de las características individuales, obliga a
que la interpretación sea necesaria y forme parte de la comunicación; la cual, como lo propone mi colega y
esposa, la Dra. Claudia Behn-Eschenburg, es necesario desarrollar para poder construir puentes entre las
personas.
El proto-intercambio es y debe ser ambiguo, inconscientemente esperado y temido por
ambas partes; condición que pasa a convertir al contrato terapéutico en una ida y vuelta basada tanto en
avances como en confianza. Nuevamente, no es la aplicación estadística de la técnica en un proceso sino el
desarrollo de un vínculo mutuamente comprometido lo que permite que la sincronización de realidades pueda
llegar a darse. Pensando en que cada persona tiene su propia versión de la instancia Exo, el vínculo
terapéutico es una sincronización de Exos, del paciente y del terapeuta, sustentada en el compromiso,
reacomodamiento de expectativas, cambio de perspectiva y elaboración que colaboren para producir nuevos
significados hacia lo posible.
Esta forma de conceptualizar la importancia que tiene el vínculo humano,
debería aportar elementos para reducir la aparición de juicios, tanto los dirigidos contra el otro como
aquellos adversos a uno mismo.
El juzgar como resistencia del paciente su eventual retorno a algo que ya
había trabajado, pudiera estar representando tanto la incapacidad del terapeuta para recibir el mensaje que
le ha querido enviar, como que se ha perdido la oportunidad de presenciar que el paciente sí pudo hallar una
forma para hacerlo, aunque el analista no la haya podido recibir en su total dimensión.
De presentarse,
en este juicio se estarían proyectando expectativas frustradas, insatisfechas, de normalización de
respuestas o de estandarización que permitirían recuperar una ilusión de control tanto del paciente sobre su
vida como del terapeuta sobre el rumbo del proceso.
Sin memoria y sin deseo, entrena a los terapeutas
para que puedan acceder al material sin proyectar otra expectativa sobre el resultado de una intervención
que aquella que surge del proto-intercambio, es decir, haber podido serle útil al paciente. Por otra
parte, además, sin memoria y sin deseo es un marco completamente ajeno a qué, cómo o cuándo interpretar una
situación presentada mediante un relato, que deja abierta la posibilidad a que un mismo evento sea
susceptible de ser interpretado de diferentes formas; justificando el porqué y el para qué de la necesidad
de supervisión del analista.
Volver sobre los propios pasos ¿para tomar impulso?
La memoria del síntoma, ese a veces eterno retorno a aquello de lo que el paciente pretende desprenderse,
somete al analista; llevándolo a una revisión de lo hecho para buscar satisfacer la exigencia latente de una
mejor o más conveniente devolución. Esto modifica el alcance de lo presentado al hablar acerca de “sin
memoria y sin deseo” porque queda implícita la memoria de lo no logrado con lo que ha aportado junto con el
deseo de mejorar la entrega. Recordemos que en el relato-entregado-para-que-sea-recibido está siempre la
cupla palabra-falta, y que la incompleta palabra elegida para relatar la parte agobiante de una conflictiva
puede estar condicionada por el temor inconsciente del paciente a resolver aquello que lo aflige.
Aunque
parezca ilógico (plano consciente), algunos pacientes construyen su identidad sobre el padecimiento que
presentan. Ver esto como una patología o un trastorno no ayuda al terapeuta para que responda a la necesidad
del paciente, sino para satisfacer la suya propia que responde a su exigencia de “poder curar”.
Cabe en
este momento rescatar del olvido la enseñanza que encierra la frase dada por el paciente Rantés a su
psiquiatra, en la película argentina “Hombre mirando al sudeste”, que dice:
“Doctor, yo no quiero que me cure; sólo quiero que me comprenda.”
En esta situación, la de construir una identidad volviendo sobre los
propios pasos, se pueden revelar algunas otras connotaciones posibles.
Una de ellas es la ventaja
obtenida al evaluar la magnitud del sufrimiento percibido por causa de un oculto auto-juzgamiento de la
propia debilidad, lo cual le aporta un contexto apropiado para comprender el hecho de que recurrir a la
memoria del síntoma configura en sí mismo un acto de fortaleza en vez de un empecinamiento o una
resistencia. Esta perspectiva, ese “incomprensible volver”, sería un indicador positivo que pone en
evidencia que el paciente ha podido ver con otros ojos su propia realidad y que ha podido modificar o
generar nuevos significados que le permiten vivir en situaciones previamente percibidas como muy adversas,
dolorosas e insoportables. Estaría volviendo empoderado, con el posible propósito de construir vida, y no
bajo un posible diagnóstico de una supuesta predilección por el sufrimiento.
Otra posible forma de
significar diferente el acto de volver sobre los pasos previamente trabajados, elaborados y superados, es el
que contempla la necesidad del paciente de lograr un cierre, una validación de un ciclo en el que ha
padecido, para poder orientar sus pasos hacia la construcción de un nuevo camino.
Estos dos ejemplos, y
es obvio que hay muchos más, de una lectura alternativa a un evento que pudiera ser frustrante tanto para el
analista como para el paciente, constituyen un llamado de atención para tratar a cada ser humano desde su
propia necesidad y realidad esencial.
En lo psicoanalítico se debe luchar contra la buscada distribución
normal bajo una campana de Gauss, dado que la experiencia obtenida ante un paciente no sirve ante otro. En
cambio, el desarrollo de la habilidad de reconocer y propiciar el proto-intercambio permite que ambas
partes se alejen de su tendencia natural a traducir lo recibido utilizando los términos que les son
familiares y con los que han vivido incluso lo que se ha padecido.
El proto-intercambio en la
relación terapéutica, con su característica ambigüedad de temor y expectativa, es el marco propicio para
comprender tanto lo nuevo del paciente, que no es nada más que su relato que lo puede sorprender al
entregarlo, como lo nuevo del terapeuta, que es su interpretación como respuesta al relato recibido.
Conclusión
En el relato-entregado-para-que-sea-recibido siempre algo falta, tanto por que recurre a la palabra como
porque pudo no ser evidente al momento de construirlo, o porque al querer compartirlo se activaron censuras
inconscientes.
El relato se recurre a la palabra para incluir una falta que alimente la curiosidad con
esa cuota de misterio ante lo que no es evidente, aunque se muestre como tal, e incluye la presencia de lo
que no se ha dicho como pista anexa para descifrar el código oculto.
La frase de Freud “No creo más en mi
neurótica”, que propició su cambio de rumbo para dar origen al psicoanálisis, pudo haber representado su
acceso a un estado de comprensión acerca de la imposibilidad de emitir un relato completo que lograra
satisfacer a todos. La explicación desde lo orgánico que regía su investigación fue visto como un estorbo
para llegar a lo inconsciente; optando por descartarlo para poder avanzar. En otras palabras, regresó sobre
sus procesos y pisadas fortalecido al hacerse dado cuenta que en cada intento suyo por congraciarse con el
entorno científico retrocedía, ya que no había espacio, recursos ni voluntad en su medio para manejarse en
el ámbito de esa falta que volvía incomprensible a las respuestas contrarias a lo que debía ser.
En lo
inconsciente, el beneficio secundario es el del paciente en su realidad, alimentándose la misma tanto de sus
circunstancias históricas y circundantes como de su posibilidad natural para deshacerse de los estorbos que
le impiden acceder a significados que le sumen vida a la suya; de forma similar a como procedió Freud para
concretar su cambio de rumbo.
El relato consciente del contenido inconsciente siempre debe ser visto como
un triunfo para el paciente, porque ante el temor presente en ese momento previo a hablar, en el
proto-intercambio, ha querido y ha logrado sacar de sí algo que en un momento determinado consideró
que era parte de aquello que afectaba su emoción y estabilidad, aunque dicho relato esté encriptado por
filtros, ausencias presentes y por lo limitante que es propio de la palabra.
El regreso a aquello que se
quiso dejar empodera, porque significa que el proceso terapéutico favoreció la comprensión dentro del marco
de lo que le era posible al paciente; por lo tanto, el volver sobre los propios pasos luego de haber podido
elaborar no necesariamente debería representar una repetición que pudiera frustrar expectativas de los
demás, incluyendo las que inconscientemente pudiera albergar el terapeuta.
La memoria del síntoma podría
molestar a los demás, porque el que está regresando no es el mismo que fue a buscar ayuda. Esto pone en
evidencia las posibles intenciones, inconscientes o no, de aquellos que pudieron participar en la
construcción del padecimiento del paciente, los cuales ahora son vistos y evaluados desde una nueva
perspectiva.
Es una etapa en el proceso terapéutico que debería ser detectada y observada, para
acompañar al paciente sin utilizar preguntas o interpretaciones que pudieran exigirle mayores
precisiones.
Llegado el caso, la puesta en acción de la memoria del síntoma pudiera estar representando
la proximidad de la resolución de la necesidad del paciente, que podría manifestarse con un aumento de los
relatos encriptados o con uno tan claro y “completo” que pudiera llevar al analista a un estado de sentirse
estupefacto, sin capacidad para interpretar o para hallar un hilo conductor hacia un diálogo. El paciente,
en este caso, estaría volviéndose dueño de sí, porque habría logrado posicionarse mejor ante aquello que
alguna vez lo había sometido; y el silencio sobre ciertos aspectos de su cambio al recurrir a la memoria del
síntoma podrían representar un estado de nueva consciencia que lo lleva a decidir callarse, no ocultar, para
llenarse con el poder que le están reportando sus logros.
Volviendo al personaje de Rantés como paciente
en un psiquiátrico, la memoria del síntoma podría permitirle encarar el proto-intercambio fortalecido
y habilitado para vincularse consigo mismo y ante su psiquiatra de un modo diferente.
Pensando en
Winnicott y su “espacio transicional”, que me permitieron presentar lo referente al
proto-intercambio, un nuevo diálogo inexistente en el guion de esa película podría escribirse así:
“Doctor, ya que logré que me comprendiera, no lo necesito como una madre que me alimente.”
Referencias
Freud, S. (1992). Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia
anatómica de los sexos. En Amorrortu editores (Ed.), Sigmund Freud Obras completas. Ordenamiento,
comentarios y notas de James Strachey con la colaboración de Anna Freud (2ª ed., Vol. XIX). Amorrortu
editores.
Freud, S. & Schröter, M. (1994). Carta 139. En Amorrortu editores (Ed.), Cartas a Wilhelm
Fließ 1887-1904. Amorrortu editores.
Santoro, A. y Behn-Eschenburg, C. (2021). OntoPsiquis-Más allá del
eneagrama y el psicoanálisis (2ª ed., Vol. I). THINSCEN - The Inner Strengthening Center.
Santoro, A. y
Behn-Eschenburg, C. (2021). OntoPsiquis-Más allá del eneagrama y el psicoanálisis (1ª ed., Vol. II).
THINSCEN - The Inner Strengthening Center.