Resumen
La unificación del tiempo en la dimensión humana y su subordinación a la importancia de los
acontecimientos externos al individuo es uno de los elementos constitutivos presentes como causa o
refuerzo de su debilitamiento.
La representación de la realidad externa está íntimamente ligada a la
posibilidad que tiene cada persona de confrontarla con lo que percibe como su propia realidad inmersa en
un caos de recursos, carencias, fortalezas y debilidades que se combinan para alimentar explicaciones que
se consolidan como creencias y/o convicciones, generalmente dentro del rango de lo esperado o aceptado por
el entorno.
La educación y los juicios externos cumplen la necesaria función social al contener
cualquier posibilidad de alejamiento de lo que debería ser, constituyendo una hiperestructura que contiene
y permite, exige y favorece, mediante un elemento extraño que pasa casi desapercibido: la utilización del
tiempo en la fijación de hábitos, rutinas y costumbres.
La pandemia, a través de sus restricciones,
distanciamiento físico y activación de lo instintivo para garantizar la autoconservación, ha devuelto al
tiempo su dimensión subjetiva y al individuo la posibilidad de subjetivarse en un retorno a la confianza
en su percepción, reescribiendo los significados de conflicto, ser, relación, paternidad, hijo,
estudiante, empleado y jerarquía.
Introducción
El tiempo, como concepto generado desde la consciencia de la propia finitud, basada tanto en la percepción
por lo que es y deja de ser como por la dependencia de resultados buscados, por ejemplo, eso que transcurre
entre una semilla depositada en la tierra y una cosecha que asegura sobrevida, siempre encierra la esperanza
de un logro; de hecho, las personas no van por la calle viendo “siempre” su reloj sino que recurren a él
cuando algo tiene que suceder o se quiere evitar.
El tiempo está íntimamente ligado a la percepción
humana, siendo, por tal motivo, subjetivo y estando condicionado a las necesidades de cada individuo y su
habilidad para manejarse a través de él.
La sociedad y su cultura, que no tienen tiempo porque son una
creación humana pero no son humanos y no tienen la capacidad de “esperar” a que las emociones y/o procesos
personales quieran expresarse con una acción que impacte, provea o involucre al grupo, exigió, de algún
modo, que se inventara el reloj. Sea cual fuera la forma de medirlo, desde el cambio entre el día y la noche
a un complejo sistema hidráulico o desde una vela cuya llama corta una soga que activa una alarma hasta el
mecanismo más preciso que se pueda imaginar, el tiempo ha sometido al ser humano al sincronizarle su
percepción acerca de su vida.
En ciertas ciudades, se hacen campañas para justificar el cambio de horario
porque conviene ahorrar electricidad; sin importar que, al alterar el ciclo biológico personal que asocia
luz-vigilia o sombra-descanso, se produzca un desajuste que pudiera ocasionar un daño físico y/o afectivo.
El reloj circadiano es otra de esas características variables no deseables de lo humano que se deben
controlar, modificar o eliminar.
Sin embargo, aconteció un evento inesperado que ha comenzado a
reescribir la realidad, con proyecciones que son difíciles de medir, anticipar y comprender.
Año 2020, el
año de la pandemia por la propagación incontrolable del virus Covid-19. El año en el que el ser humano
volvió a sus orígenes.
1. Los tres tiempos del tiempo
Lejos de ser un juego de palabras, el tiempo tiene tres tiempos, o tres formas de serlo.
Podemos
diferenciar los tres tiempos del tiempo mediante su origen y/o su finalidad; de tal modo que enumeramos y
nombramos a los siguientes:
A – Tiempo subjetivo
B – Tiempo cronológico
C – Tiempo requerido
Los
argumentos para defender esta división arbitraria y necesaria son tan obvios que difícilmente pudieran
llegar a ser refutados.
El primero, el que llamamos tiempo subjetivo, no es otra cosa que
la percepción y consciencia tanto de lo que interviene en la secuencia causa-efecto presente en todo acto,
omisión o evento, como de eso que, por no haber sucedido, motiva la existencia de la esperanza y sostiene a
la motivación y la ambición. El tiempo subjetivo puede ser entrenado, claro, mediante la modificación
externa de la percepción del individuo, llegando en algunos casos a propiciarse la aparición de nuevos
significados que alteran la percepción y, con ella, la concepción misma del tiempo. Esto se puede observar
en la capacidad de cada persona para tolerar la frustración, la cual no es otra cosa que la capacidad de
espera puesta al servicio del logro de algo que no se consigue, no sucede o no llega. Cada persona tiene una
capacidad natural para tolerar no lograr lo que quiere cuando lo quiere respondiendo de forma diferente una
de otra. Algunas se adaptarán a la falta, desplazando el objeto de su deseo o necesidad a otro más
asequible; en tanto que otras personas, simplemente, abandonarán y otras intensificarán sus esfuerzos por
acelerar el proceso que les dará lo que anhelan.
Nuevamente, la sociedad requiere un esfuerzo
sincronizado de abastecimiento, producción, distribución y consumo, y no puede detenerse a esperar que el
significado personal del tiempo y su utilización le sean favorables, de modo final e independiente de
cualquier intervención suya para lograrlo.
Aparece, entonces, el tiempo cronológico, o
aquel que es susceptible de ser medido.
Por lo general, se tiene la noción de que el tiempo son esos
numeritos digitales que cambian su luminosidad o esas agujas que suman giros y más giros atrapadas en un
cuadrante en el reloj.
No obstante, más allá de una visión romántica, se debe tener en cuenta que la
medición del tiempo persigue un objetivo y, por lo mismo, puede ser medido por resultados obtenidos. De este
modo, se puede inferir que el tiempo se origina en una necesidad e intención de control, y que suele ser
utilizado, precisamente, para lo mismo: controlar.
El tiempo cronológico es la herramienta que sienta las
bases de los subsiguientes reclamos debidos a faltas a la puntualidad, tanto por anticipar como por retrasar
el resultado. Y es aquí que entra en escena el último tiempo del tiempo.
El tiempo
requerido es, como lo sugiere su denominación, el tiempo que marca el límite aceptable para
obtener el resultado esperado, buscado, necesario o deseado.
El tiempo requerido es exigencia en acción y
sirve tanto a la economía como a las relaciones humanas, al aportar el factor de previsibilidad que permite
sincronizar la casi totalidad del desarrollo de la vida. Con este tercer tiempo del tiempo se administran
respuestas, se exigen horarios de ingreso y egreso, tiempos de espera en escuelas, medios de transporte y
sitios de trabajo, se controlan procesos y la efectividad de sus pasos intermedios, circulan memorandos,
informes y todo tipo de documentos administrativos que van dejando rastros registrados de lo que justifica,
sostiene o denuncia casi todas las acciones del mundo adulto.
El tiempo requerido es el que exige que se
le preste atención al tiempo cronológico y el que va haciendo que se incorporen respuestas aprendidas,
conductas, respeto a las jerarquías que indican qué es lo que se necesita hacer, así como rutinas y hábitos
que facilitan y favorecen la inclusión social y la pertenencia. Algunos aprenden a esperar y a otros se les
enseña qué es lo que deben esperar; pero el precio de ese grado y calidad de pertenencia puede ser muy
elevado, y por lo general se lo paga con el desconocimiento o la pérdida de la confianza en la propia
percepción. El tiempo subjetivo va quedando relegado, junto con la espontaneidad y las posibilidades de
construir un Yo en equilibrio.
2. El tiempo de la realidad subjetiva
La respuesta de cada persona a la realidad es diferente y dependiente de su tipo de personalidad natural,
ese que en nuestra teoría llamamos ontotipo, que es independiente del proceso educativo.
Es importante
distinguir este concepto, el de la realidad subjetiva, del llamado tiempo subjetivo.
La forma de
interactuar con el medio, sus exigencias, la evaluación de oportunidades, la forma de hacerse de recursos y
demás eventos propios de una vida, escapa de todo control posible por la infinita diversidad de formas de
manifestarse que tiene la naturaleza humana. La realidad en la que nos manejamos no es más que una
representación creada por nuestra mente de lo que está fuera y dentro del ser; sólo que no se trata, dicha
representación, de una descripción de las formas en tres dimensiones y tampoco de las propiedades estáticas
inherentes a cada objeto (color, olor, textura, etc.).
La representación de la realidad externa se
subjetiva, es decir, se hace propia, al poder significarla. Cada ser humano tiene su propia capacidad para
crear significados y ninguno puede ser incorporado tal como pudo haber sido compartido por quien lo produjo;
sólo puede ser asimilado, generando en ese proceso un nuevo proceso de significación propio que le agrega
significado a la versión original y la modifica.
La explicación de lo recién presentado se la puede
hallar en las situaciones en que los padres se preparan para realizar una actividad y comienzan “a luchar”
con sus hijos pequeños porque “no entienden que es tarde”. Con lo dicho, resulta evidente que la realidad
subjetivada por los hijos nada tiene que ver con la realidad subjetivada por los padres, siendo para ambas
partes prioritario defender el propio significado de lo que se vive.
Priorizar también está asociado al
concepto del significado subjetivo y suele suceder que a la autoridad, sean padres o maestros, jefes,
gerentes y demás, no les interesa mucho detenerse para comprender el significado que tiene lo que se le pide
a un hijo, alumno o subordinado. Sin embargo, siempre importa, al punto que esta realidad también se
presenta en las relaciones de pareja.
Se utilizan diversos medios para intentar ir modificando la forma
de crear significados y poder conformar un grupo social. Símbolos patrios, historia (una forma de traer
afectividad a un tiempo sin significado subjetivo), idioma, eventos deportivos, política y formadores de
opinión. Se moldea una identidad que le sirve al grupo por la superposición la posibilidad de hallar la
propia identidad.
De a poco se va educando al individuo, cambiándole su capacidad para percibir la
realidad y para crear sus significados. Los que salen exitosos de este proceso, modificaron sus prioridades
dándole importancia al tiempo cronológico y a su respuesta ante el requerido; en ellos, el tiempo subjetivo
es indistinguible del tiempo requerido. Por otra parte, los que no logran ese nivel de integración buscado
desde el exterior, conservan su autonomía pagando el altísimo precio de tener que aceptar ser juzgados como
inadaptados o personas de las que es muy difícil esperar algo.
Más allá de lo que se supone que debe o
debiera ser, esto no es más que un conflicto tan antiguo como el ser humano caminando sobre la Tierra. El
difícil equilibrio entre ser uno y ser según los demás, entre ser para uno y ser para los demás, forzados a
tramitar respuestas satisfactorias que, la mayoría de las veces, no satisfacen a ninguna de las partes; con
el agravante de que la sociedad expone, juzga e intenta obligar a un cambio, en tanto que el individuo debe
evaluar si se sostiene, aunque desaparezca, o si desaparece para seguir perteneciendo.
El tiempo
subjetivo es el que da origen a lo importante y a la posibilidad de ir construyendo un Yo; siendo, a la vez,
eje y rueda debido a que, paradójicamente, es el Yo el que lo construye.
El tiempo subjetivo se define en
la representación subjetivada de la realidad y se alimenta de sus significados de los cuales forma
parte.
Cada ontotipo se analiza desde una fase relacional que nos vimos obligados a crear para poder
referirnos al ser humano desde su capacidad innata e independiente de las buscadas injerencias desde el
exterior. Son fases de posibilidad de significación en las que el bebé y el niño o niña van averiguando
quiénes son ellos mismos.
Así, la realidad externa, que se arrogó histórica y culturalmente la
responsabilidad de formar a los hijos a imagen, semejanza y capricho de los padres, sucumbe ante la fuerza
de aquellos que conservan en su esencia el tesoro de su Ser y lo resguardan de las presiones y exigencias
del entorno.
Por este motivo, visto como una temática y no una problemática, la pandemia provocada en
este año 2020 por la Covid-19 ha convertido al planeta Tierra en un inmenso laboratorio psico-social que
brinda una oportunidad única que se debe aprovechar para comprender el significado de ser un ser humano con
la capacidad de construir su Ser.
3. Pandemia por Covid-19: el freno
La cotidianeidad lleva, forzosamente, al desarrollo de una serie de hábitos y rutinas que se van
incorporando con el transcurso de la vida; siendo vitales los procesos educativos y formativos para que el
individuo asimile eso que se espera de él mientras descubre los beneficios que le aporta el hecho de ceder
parte de su territorio y posición.
Los hábitos y rutinas no se refieren solamente a la higiene personal,
dieta y relaciones, sino que permea en todos los estratos de su vida.
El mensaje llega claro desde las
exigencias de la sociedad basadas en sus necesidades y disfrazadas de sugerencias y oportunidades que
favorecen al individuo; oportunidades que se presentan por etapas con tiempos acotados y bien definidos,
después de todo, no le importa que una persona estudie una carrera universitaria a los 70 años dado que la
sociedad no podrá beneficiarse con su trabajo:
A)
Nacer
● Comer
● Educarse
● Trabajar
● Reproducirse
(con o sin matrimonio)
● Invertir y/o ahorrar
● Retirarse
Z) Morir
De lo
único que se tiene certeza es de los pasos A y Z, quedando el resto diagramados en un orden deseable,
esperado y necesario para poder administrar los recursos que las personas de etapas previas consumen para
generar los productos que serán los insumos de los nuevos.
Aquí se tornan evidentes tanto el tiempo
cronológico como el requerido, y todo lo que se salga de ese esquema es atacado porque corrompe o debilita
la fortaleza de la propuesta para construir una vida.
Sin embargo, en el año 2020, una molécula que se
cree fue creada por ingeniería, desató una guerra mundial en la que no ha servido ninguna de las armas
desarrolladas hasta la fecha.
El mundo se rindió por un razonable miedo ante el virus Covid-19 y,
curiosamente, dadas las consecuencias económicas y sociales que se han ido presentando, pareciera que no
habrá un claro vencedor de esta guerra no declarada.
El brusco freno impuesto por gobiernos de casi todo
el mundo y auto-impuesto desde la activación del instinto de auto-conservación, ha puesto en evidencia la
ineficacia del modelo educativo basado en conductas aprendidas así como del modelo laboral que exigía
presentismo físico y sometimiento al control; algo que en tiempo de las guerras con armas se justificaba con
la frase “en el amor y en la guerra todo se vale” y se la utilizaba para dar sustento a abusos que se
manejaban en el límite de lo legal.
El freno que ha sufrido el mundo, con la colaboración de
aproximadamente un 40% de la población (se estimaba que unos tres mil millones de habitantes han preferido
quedarse en sus casas) puso en duda las bases de estructuración de la sociedad, comenzando por la pérdida
del sentido de las posesiones de lujo que pueden estar vinculadas a una manifestación narcisista y/o la
vanidad.
Con unos ejemplos quizás se pueda comprender mejor esto último.
Por un lado, el ámbito
deportivo fue gravemente golpeado en todas sus ramas, modificando la conceptualización del tiempo que
normalmente se utilizaba para esperar, primero a que se realice el encuentro y luego para poder comentar
airosos sobre el triunfo o para recibir la oportunidad de justificar a sus equipo y jugadores ante la
derrota.
a) Se han pospuesto por un año los Juegos de la XXXII Olimpiada, con la consiguiente pérdida de
la oportunidad de participar en plenitud de todos los atletas que se habían preparado para la misma; con una
puesta a punto de sus habilidades que se vio interrumpida por las restricciones a las reuniones y a los
eventos deportivos, a lo que se agrega la edad actual más un año de los participantes que deberán evaluar
cómo les afecta el envejecimiento y la posible pérdida de capacidades.
b) Las competencias deportivas por
equipos, que cada fin de semana o cuando se presentaban daban la oportunidad de desarrollar mini-guerras
controladas en las cuales los integrantes de una sociedad podían liberar las frustraciones acumuladas
durante su semana de exigencias laborales y productivas, han perdido el atractivo y su poder de generar
identificación grupal. Por obvias razones, no es ejemplo ni debería festejarse un gol mediante abrazos entre
los compañeros de un mismo equipo, por razones del impuesto, lógico y necesario distanciamiento social;
tampoco se puede considerar que los espectadores se queden inmóviles dentro de un círculo de dos metros de
diámetro y sería muy costoso modificar las estructuras para que aquel que grita en una posición elevada no
contamine con sus microgotas a las personas que estuvieran más abajo (de hecho, la liga americana de béisbol
ha reiniciado su temporada con estadios vacíos, público asistente en fotos pegadas y recortadas sobre cartón
y ambientación emocional mediante grabaciones, es decir, vítores, abucheos y aplausos).
c) La liga
americana de básquetbol decidió contratar un espacio gigante en un centro de diversiones en Orlando,
Florida, para recibir tanto a los jugadores como a los periodistas, resguardándolos por los casi tres meses
que dura lo que resta del campeonato en tanto los partidos se hacen sin público físico sino con uno digital
formado mediante imágenes transmitidas a pantallas gigantes ubicadas a nivel de las gradas.
En estos tres
ejemplos vinculados al deporte, el tiempo cronológico fluye, el tiempo requerido para superar la pandemia
queda indefinido y el tiempo subjetivo comienza a generar un cambio en la afectividad que lleva a la
incorporación y/o aceptación de una nueva normalidad.
Por otra parte, la realidad vinculada con la
exposición personal enfrenta consecuencias que impactan sobre lo narcisista y la vanidad. Nuevamente, unos
ejemplos para clarificar:
d) Se decreta, se sugiere, se establece el cierre de playas, centros de
reuniones masivas y comerciales, gimnasios y todo comercio o actividad considerada como no esencial,
incluyendo SPAs, salones de belleza, manicura y creación artística de uñas, salas de tatuaje, restaurantes y
bares.
e) Las calles se vacían y los automóviles se utilizan menos.
El efecto que esto ha generado es
diverso, debido a que, por un lado hay gente que no necesita y/o no depende del qué dirá el otro ni prioriza
su imagen, en tanto que, por otro, hay personas para las cuales es un grave problema que atenta con su razón
de ser la falta de exposición frente a un espejo que les devuelva no sólo su imagen sino lo que ellos
consideran una escala de valoración de su persona para garantizar su inclusión en el grupo social. En pocas
palabras:
De qué sirve poseer un automóvil de lujo si no hay un público que me vea en él.
4. Los chicos de la pandemia
Los chicos de la pandemia es una denominación que propongo para darle historicidad a un grupo social
global, que no distingue por raza, cultura, nacionalidad, sexo ni religión, y que involucra a todos los
bebés, niños y niñas, adolescentes y jóvenes que han visto afectada su vida por esta pandemia; o mejor
debería comprenderse como el tiempo en el que su percepción del tiempo cambió para “su siempre”.
A
partir del cierre de las escuelas que, a la fecha, se ha extendido por más de 120 días, se ingresó en un
camino hacia el cambio de las conductas y las rutinas del cual, a mi entender, no hay retorno
posible.
Hábitos de higiene personal, sueño, alimentación, organización de actividades, las
actividades mismas, y mucho más de lo concerniente al conjunto de temas y actividades de interés para estos
jóvenes, simplemente, perdieron sentido. Se originó una etapa de cuestionamiento profundo en la que el mundo
adulto es criticado y juzgado, así como las autoridades son ubicadas en el sitio de los que no pudieron
evitar el fallecimiento de seres queridos o conocidos.
Una pandemia que obligó a quedarse en casa fue
más efectiva que cualquier padre, madre, maestro o director para terminar con el sufrimiento diario y el
sometimiento de algunos que eran acosados y maltratados por bullies. Más aún. No sólo se terminó para
ellos ese padecimiento, sino que anidó en sus mentes que el riesgo por pertenecer o ser aceptados era
demasiado alto, dado que allí fuera no sólo estaban los bullies sino que, además, había algo
infinitamente más pequeño que era infinitamente más mortal y temible que ellos.
La mentira social
que entronizaba al ser social quedó expuesta cuando los “chicos introvertidos”, que debían ser tratados como
portadores de un trastorno de personalidad, fueron de los que mejor se adaptaron y sobrellevaron las nuevas
condiciones del encierro forzado que muchos, de los que antes de la pandemia eran considerados como
saludables y normales, catalogaban de insoportable.
La educación por ejercicio del miedo perdió también
su efectividad, por un hecho muy simple relacionado con la reubicación de la autoridad en el sitio de un ser
humano normal, que también siente temor de ese enemigo invisible que amenaza la vida. De hecho, el
paternalismo simbólico mediante el cual el inconsciente humano representa tanto la sensación de indefensión
como la ilusión de seguridad, fue resignificado por ejercicio de la realidad que le quitó toda posibilidad
de idealización a ese grupo mayor que tenía que saber qué hacer y que no temía… hasta que llegó la
Covid-19.
Los docentes que debían saber, porque eran los mismos que exigían, quedaron expuestos en el
mundo virtual al perder sus herramientas de control. No sólo los alumnos podían llegar a apagarlos con un
simple click sino que quedaron de manifiesto otras realidades, siendo las que siguen dos de las más
destacables: muchos docentes demostraron no estar preparados ni saber cómo enseñar a través de la red y,
quizás lo más importante, el hecho de que en la casa el tiempo rendía más y el entorno aportaba al logro de
una mayor productividad (por cierto, situación que también se ha comprobado entre los adultos que hacen
teletrabajo). Esto último puede asociarse o interpretarse desde el punto de vista de aquel que no tiene que
vivir dando explicaciones de lo que hace para satisfacer a un supervisor cuya función es controlar y medir
resultados; cada persona es capaz de incorporar consignas y responder dentro de las variantes de su tiempo
haciéndolo, a menudo, mucho mejor. Por supuesto que las mediciones son necesarias, pero han quedado
expuestas y ubicadas del lado del sinsentido una vez que todo se detuvo por temor a lo que no se puede ver
ni distinguir mediante síntomas.
La caída del miedo a las represalias por el surgimiento de una amenaza
mayor que no discriminó entre jóvenes y adultos, ni tampoco entre subordinados y superiores o autoridades,
cambió para siempre el concepto casi pavloviano de educar o controlar al otro mediante amenazas, premios y
castigos; sobre todo con las tan elevadas tasas de desempleo mundial que enfrenta la humanidad.
5. Cuando todo es nada
La pandemia le ha vendido a la humanidad, a un altísimo precio, la posibilidad de detenerse en su
desenfreno inercial de hacer lo que le han enseñado que debía ser hecho; pudiendo llegar a decirse que el
único absoluto que queda en pie es que todo es relativo.
Y es esta nueva perspectiva la que se va
consolidando en una también nueva certeza que lleva a los adaptables de antes a quedar, ahora, del lado de
los que no lo logran o les resulta más dificultoso adaptarse.
El comportamiento humano previsible, lógico
y basado en la confianza que tenía la sociedad en la efectividad de su modelo sostenido por la excesiva
cantidad de distractores, se ha debilitado.
Luego de las guerras solía haber un período de cosecha de
bebés; sin embargo, en esta guerra que no ha sido declarada y en la que no se ha utilizado ningún arma, la
voluntad de reconstruir ha sido relegada o, al menos, puesta en espera porque la humanidad no sabe qué es lo
que sigue.
En el modelo anterior, era claro el esquema de lo esperado; sobre todo en lo referente al
papel que juega cada integrante de una pareja, como si se reeditara el bíblico pasaje que mostraba el único
camino posible: “uníos y multiplicaos”.
En el modelo incierto actual, la reclusión obligada y basada en
el miedo a morir sin posibilidad de defensa, detonó ansiedades, frustraciones, reclamos y peleas, con un
incremento desmesurado de casos de violencia intrafamiliar, violaciones y divorcios.
Así como antes,
medianamente, se colaboraba en la construcción de la sociedad produciendo bebés, muchos de los cuales no
eran queridos ni buscados pero se los aceptaba, la situación actual le asigna un nuevo significado al hijo,
el cual pudiera llegar a quedar en la mente de la mujer como la trampa que la atará sin posibilidad de
salida (como si la idea de hijo y la amenaza de la Covid-19 estuvieran quedando ligadas) en tanto que para
el hombre pudiera llegar a representar su sentencia de muerte por tener que salir a ese medio externo
contaminado o ser expuesto como el incapaz que no puede generar oportunidades y producir dinero.
El
todopoderoso porqué que justificaba decisiones y acciones entró en una difícil y complicada competencia con
el surgimiento de los para qué, corriendo el mismo riesgo de los dioses de desaparecer a manos del olvido.
La extensa cuarentena, renovada desde los gobiernos cada 15 días para intentar no causar más pánico, es el
brazo ejecutor de dicho olvido.
Se podrían interpretar los eventos de esta época como un retorno a un
nuevo modelo de Yo superviviente, que es social por su necesidad de satisfacer sus necesidades e
independiente de los significados socialmente aceptables; lo cual vuelve relativa a gran parte de las
certezas en las que se funda cada sociedad.
La promesa del “siempre”, ante la certeza de que un virus
puede acabar con la humanidad, perdió su fuerza y genera ambivalencias. Baste traer a la consciencia la
cantidad de situaciones en las que se utiliza ese “siempre”, anticipando que debe hacerse un esfuerzo por
diferenciar su significado porque los mismos son siempre subjetivos e independientes de lo que desde el
entorno social se esperaría que significaran:
i) Te amaré por siempre
ii) Hasta que la muerte los
separe
iii) Siempre me haces lo mismo… ya no te aguanto más
No era lo mismo estar todo el día fuera de
la casa, trabajando, inmersos en una rutina que sólo exigía unas pocas horas de convivencia, comida,
distracción y vida sexual, a tomar consciencia de que el tiempo dentro de la casa será el nuevo
estándar.
Actualmente se habla de una orientación sexual que no se había divulgado de forma masiva: el
ser demisexual. La misma es la de aquellos que necesitan un vínculo afectivo para poder sentir deseo y no
desarrollan atracción erótica ni evidencian libido por ni hacia nadie si no hay un vínculo emocional.
Por
favor, hagamos un alto en la lectura para poner todo en contexto.
No es lo mismo un “te amaré por
siempre” cuando se está ante un esquema familiar aprendido desde la niñez, en el que los tiempos de
convivencia son acotados y la mayor parte de la relación se basa en idealización y fantasía que expresan
necesidades y deseos, que el tener que aceptar convivir con una persona que ya no tiene fuerza ni espacio
para sostener su máscara social y muestra que tan diferente a uno puede ser. Para algunos, el matrimonio es
una trampa social que saben que pueden abrir con el divorcio (el siempre dura hasta que ya no tiene sentido
que dure), en tanto que, para otros, el matrimonio es visto como un simple trámite societario que en nada
modifica la entrega mutua y la elección diaria del otro. Solo que la mayoría de las personas no se ha dado
el tiempo necesario para ver al otro debajo de la máscara; esta pandemia las ha enfrentado con la posible no
compatibilidad.
La importancia de ver esto, de ponerlo en contexto, es que debilita al juicio basado en
el porqué de un tercero, de una sociedad que espera y exige respuestas sin detenerse a considerar la
importancia que le da cada uno.
Muchos ontotipos, muchas realidades, muchas máscaras y, en la base de
todo, un Yo al que se le pretendió quitar su derecho a sentir, a percibir y ejercitar su noción de tiempo
subjetivo y su derecho a contactar con sus necesidades, surge y exige respuestas.
Cuando todo es nada, se
refiere a que el par todopoderoso conformado por el tiempo cronológico y el requerido está sucumbiendo ante
el fortalecimiento del tiempo subjetivo.
6. Conclusión
En el tiempo de la pandemia han quedado expuestos, a mi entender, varios hechos que relativizan todo y
exigen la contextualización de los mismos tanto para considerar las diferencias de cada ontotipo, que
describen las por ahora diez formas naturales y normales de ser (sí, normales, aunque al entorno no le
resulten productivas ni tolerables) como para aceptar que la realidad siempre será un factor subjetivo que
no debe pretenderse aplacar o hacer desaparecer mediante conductas impuestas desde el temor o promesas de
premios sociales.
En esta relatividad dada por la aceptación de la existencia de realidades subjetivas se
impone la caída de los diagnósticos y los juicios que pretenden seguir comparando comportamientos esperados
respecto de un estándar considerado normal… en un tiempo subjetivo en el que lo normal ya no es lo
habitual.
7. Referencias
Santoro, A. y Behn-Eschenburg, C. (2019). OntoPsiquis-Más allá del
eneagrama y el psicoanálisis - Tomo I – La esencia de tu ser. Florida, USA: THINSCEN - The Inner
Strengthening Center.
Santoro, A. y Behn-Eschenburg, C. (2020). OntoPsiquis-Más allá del eneagrama y el
psicoanálisis - Tomo II – Tus fortalezas dinámicas. Florida, USA: THINSCEN - The Inner Strengthening Center.